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Casas rurales, la mejor opción para nuestras escapadas de fin de semana.

El otoño y el invierno son estaciones duras. Parece que tenemos menos tiempo de esparcimiento que en verano, desde luego, el frío tampoco ayuda. Escaparnos unos días a una casa rural puede ser el remedio que necesitamos para hacer este periodo más llevadero.

Cuando hemos terminado las vacaciones de verano y volvemos a la rutina, esa focalización en el trabajo y en el día a día habitual llega a resultar agotador. Recibimos cada día festivo, cada puente, como agua de mayo. Para reponer fuerzas, a veces, no nos basta con quedarnos en casa viendo series o salir a tomar un vermut a una terraza. Necesitamos hacer algo diferente.

No tenemos el tiempo ni el dinero para hacer un viaje a un destino lejano. En verano hemos cobrado la paga extra y tenemos entre 15 días y un mes de vacaciones. Para nuestras escapadas invernales tenemos que recurrir a destinos más cercanos y económicos. Entre las diferentes opciones que tenemos, el turismo rural es una de las más interesantes.

Tenemos casas rurales esparcidas por todo el país. Algunas de ellas, cercanas a ciudades turísticas. Eva, una conocida de Valladolid, me cuenta que durante un puente, del invierno pasado, se alojó en Camino Blanco, una casa rural ubicada a 10 Kilómetros de la ciudad de Burgos, en el municipio de Ibeas de Juarros.

Este tipo de casas rurales tienen la ventaja de que, si quieres, puedes hacer un poco de turismo cultural y visitar la ciudad cercana. Por otro lado, son casas más fáciles de acceder. Ya sea que te dirijas con tu coche o que te desplaces en transporte público: tren, autobús, etc., por lo general, suelen estar bastante bien comunicadas.

En cualquier caso, la gran mayoría de estas casas rurales están rodeadas de naturaleza, lo que ya, de por sí, supone un cambio respecto a tu vida habitual en la ciudad.

Estas son algunas de las razones por las que albergarte en una casa rural es la mejor opción para tus escapadas de fin de semana.

Alojamientos con encanto.

Las casas rurales son lugares únicos y diferentes. En algunos casos se corresponden con construcciones tradicionales que se han rehabilitado y equipado para albergar turistas. En Cataluña es normal encontrar antiguas masías de payeses (labradores) que funcionan hoy como alojamiento rural.

En las masías vivía la familia del agricultor. La casa contaba con los servicios necesarios para hacer la vida agradable. El piso de abajo se destinaba a las labores agrarias y ganaderas. En él se instalaban las cuadras, los establos, el almacén de grano, etc. Transformada la masía en casa rural, estas zonas se acondicionan para actividades colectivas, como por ejemplo, crear un gran salón de reuniones.

Esta práctica de transformar antiguas viviendas en alojamientos rurales la podemos encontrar en diferentes partes de España, con sus peculiaridades. Cortijos en Andalucía, pazos en Galicia, barracas en la Albufera de Valencia, etc.

También es habitual transformar antiguas instalaciones propias de la vida rural en alojamientos para turistas. Como las Quinterías, pequeñas casas de campo habituales en la Mancha, que se empleaban para alojar a los jornaleros en las campañas agrarias, o las casas de montería, utilizadas por los cazadores en los cotos de caza.

Muchos propietarios prefieren acondicionar la casa rural a su gusto. Gran parte de las casas rurales son pequeños negocios familiares. En ellas, el arrendador vuelca todo su cariño para crear un espacio agradable en el que el turista se sienta cómodo durante su estancia.

Digamos que alojarse en una casa rural es como si alguien te hubiera cedido su casa de recreo para que te alojes en ella durante unos días. Lo que crea un ambiente acogedor, difícil de encontrar en la mayoría de los hoteles.

Contacto con la naturaleza.

Sin duda, uno de los atractivos de las casas rurales es que permiten mantener por unos días un contacto directo con la naturaleza. Las casas rurales están rodeadas de un entorno natural. Están localizadas en mitad de un monte, de una dehesa o a campo abierto. Incluso las que están ubicadas dentro de un pueblo, llegas al campo caminando unos pocos metros.

Un artículo publicado en la revista National Geographic afirma que el contacto con la naturaleza es beneficioso para nuestra salud física y mental. Entre otras cosas, reduce la presión arterial, mejora la oxigenación de la sangre y favorece la relajación mental y muscular.

En la naturaleza se materializa de forma física ese dicho tan popular de “cargarnos las pilas.” El aire se encuentra menos contaminado que en la ciudad, por lo que aportamos a nuestro cuerpo el oxígeno que necesitan las células para funcionar y reconstituirse.

Determinados fenómenos naturales como el agua en movimiento en ríos y arroyos cargan de iones negativos el cuerpo, lo cual lo dota de energía y nos sentimos menos pesados y más activos. Eso, a su vez, mejora nuestro estado de ánimo y libera serotonina, la hormona de la felicidad.

Los tonos verdes y azules que encontramos en la naturaleza, contribuyen a nuestra relajación mental. Los sonidos y olores que percibimos al caminar por el campo, estimulan nuestros sentidos, sin llegar a alterarlos. Caminar bajo el sol, nos aporta la vitamina D que necesita nuestro cuerpo para funcionar con naturalidad.

Además, desplazarnos a la naturaleza nos permite realizar actividades que no podemos efectuar en nuestra vida cotidiana. Practicar el senderismo y caminar por vías pecuarias, observar el vuelo de las aves en libertad, recolectar setas, bayas y espárragos silvestres, y conocer mejor la naturaleza.

Incluso para los amantes de las emociones fuertes, el medio rural ofrece una serie de opciones que no pueden desarrollar en el entorno urbano. Son los llamados deportes de riesgo, cada uno de ellos ofrece distintos niveles de dificultad: Escalada, barranquismo, espeleología, etc. Actividades que disparan la producción de adrenalina y que pueden representar un reto de superación personal para el que las practica.

Cultura y gastronomía.

Visitar el campo, en cierto modo, supone reencontrarnos con nuestros orígenes. El hombre, en todo el mundo, mayoritariamente ha habitado el medio rural. Era el entorno en el que producíamos los alimentos. A medida que se ha desarrollado la civilización, los hombres han migrado a las ciudades.

Un claro ejemplo es nuestro país. Donde, según un estudio publicado por BBVA, el 82,8% de la población vive en ciudades grandes y medianas, y en otras ciudades satélites que han crecido en torno a estas ciudades, configurando las áreas metropolitanas. Las más representativas son Madrid y Barcelona, que concentran una mayor densidad de población, después le siguen Valencia y Sevilla, pero este fenómeno se reproduce en una gran cantidad de ciudades como Bilbao, Málaga, Alicante, Murcia, Palma de Mallorca, Las Palmas de Gran Canarias, Zaragoza, Valladolid, Granada, Vigo, A Coruña, Gijón, etc.

Un 82,8 % de los municipios de este país son entorno rural, representan un 72,8% de la superficie, pero solo albergan al 13,7% de la población española. Esto ha dado lugar a fenómenos sociales y demográficos como la “España Vaciada.” Sin embargo, siempre no ha sido así. A principios del siglo XX, el 77,6% de la población española vivía en el campo; es decir, en poblaciones inferiores a los 100.000 habitantes. La emigración a las ciudades se ha ido produciendo a golpes, en momentos determinados, siendo el más relevante el que se produjo en los años 60, durante el desarrollismo industrial.

Esto hace que los pueblos de nuestro país estén cargados de historia y cultura. Todo un legado, que a menudo nos sorprende y que vale la pena descubrir.

Dentro de este legado cultural se encuentra la gastronomía. Se tiene la idea de que la comida en el campo es más sabrosa. Sin duda, se practica una cocina más sana, con menos prisas en la elaboración y con recetas que han ido perviviendo a lo largo de los siglos, transmitiéndose de generación en generación.

La gastronomía tradicional, además, es un documento vivo que atestigua como se alimentaban nuestros antepasados, o las personas que han habitado aquellas tierras. Detrás de cada plato existe una historia.

Dinamizador de la economía rural.

El auge del turismo rural está contribuyendo a dinamizar la economía y la vida en las zonas agrarias. Si un emprendedor de un pueblo de Cáceres, por poner un ejemplo, rehabilita una vivienda antigua y la transforma en una casa rural, atraerá turistas al pueblo. Estos turistas, aunque se alojen solo dos días, les puede apetecer conocer el pueblo o los pueblos cercanos. Gastarán parte de su dinero en comer en un restaurante, se llevarán alimentos o productos artesanos del lugar y contribuirán a la economía de la zona.

Abrir una casa o un hotel rural, demuestra a los habitantes del lugar, sobre todo a los jóvenes, que pueden quedarse a vivir en el pueblo, realizando otros trabajos que no sean mecánicamente trabajar en el campo. Un trabajo bonito, pero duro.

Aunque no sea la razón principal, nuestra visita a las casas rurales, contribuye a conservar la vida en los pueblos y su legado cultural, que de otra manera, poco a poco, iría desapareciendo.

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